El Imperio romano en Arabia Saudí
 
                Hegra, Aynuna y las islas Farasán: los confines orientales del Imperio
Cuando el Imperio romano extendió su dominio hasta las costas del Mar Rojo, halló en la antigua Arabia un territorio fascinante y estratégico. Las caravanas que transportaban incienso, mirra y especias desde el sur de la península hacia el Mediterráneo atravesaban oasis, wadis y fortalezas que Roma aprendió a controlar. Aunque nunca conquistó el corazón de Arabia, sí dejó su huella en sus márgenes: campamentos, aduanas y guarniciones costeras que garantizaron la seguridad de las rutas comerciales.
Los vestigios arqueológicos de esa presencia se localizan hoy en tres enclaves principales de la actual Arabia Saudí: Hegra (Mada’in Ṣāliḥ / AlUla), Aynuna (la posible Leuke Kome) y las islas Farasán, en el suroeste del país. Son nuestros testigos del encuentro entre Roma y Arabia.
SU HISTORIA: DE NABATEA A ROMA
Durante siglos, el noroeste de la península arábiga perteneció al reino nabateo, una de las civilizaciones más prósperas del Oriente antiguo. Su capital, Petra, era el corazón de un territorio que que se extendía desde el sur de Siria hasta el noroeste de Arabia, articulado por una red de oasis, fortalezas y puertos en el Mar Rojo. Los nabateos, maestros del comercio y del agua, controlaban las rutas del incienso y la mirra que unían el sur de Arabia con el Mediterráneo. Los oasis de Dadan (AlUla) y Hegra (Mada’in Ṣāliḥ), junto con el puerto de Leuke Kome, fueron eslabones esenciales de ese sistema.
Las fuentes clásicas describen a Leuke Kome —el “pueblo blanco” citado por Estrabón y el Periplo del mar Eritreo— como un puerto activo, donde confluían las caravanas terrestres procedentes del interior con los barcos que navegaban hacia Egipto. Allí recaló en el año 26 a.C. la expedición del prefecto de Egipto Aelio Galo, enviada por Augusto hacia los reinos del sur, en la llamada Arabia Felix. La empresa terminó en fracaso: el ejército romano, debilitado por el clima y las enfermedades, tuvo que retirarse. Sin embargo, aquella incursión ofreció a Roma un conocimiento directo del desierto, de sus rutas y de los pueblos que lo habitaban.
Un siglo más tarde, en 106 d.C., el emperador Trajano incorporó definitivamente el territorio nabateo, transformándolo en la provincia de Arabia Petraea, con capital en Petra y una línea de comunicación que se extendía hasta el golfo de Aqaba. A partir de entonces, la influencia romana se proyectó hacia el sur del Mar Rojo. Guarniciones, puertos aduaneros y puestos militares se establecieron en puntos estratégicos para asegurar el control del comercio oriental.
El resultado fue una nueva frontera del Imperio, no marcada por murallas, sino por rutas, oasis y enclaves costeros. En ella, el poder de Roma no se ejerció mediante la conquista, sino mediante la vigilancia y el intercambio. En ese escenario —entre el desierto, las caravanas y el mar— surgieron los tres lugares que hoy permiten seguir el rastro de Roma en Arabia: Hegra, Aynuna y las islas Farasán.
HEGRA (MADA’IN ṢĀLIḤ / ALULA)
El extremo meridional del mundo nabateo
Situada en el valle de AlUla, rodeada de montañas rojizas y formaciones de arenisca que cambian de color con la luz del desierto, Hegra (Mada’in Ṣāliḥ) fue la gran necrópolis meridional del reino nabateo y, desde 2008, el primer sitio de Arabia Saudí inscrito en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Entre los siglos I a.C. y I d.C., Hegra se convirtió en una ciudad próspera, punto intermedio en la ruta del incienso que unía el sur de Arabia con Petra y el Mediterráneo. Sus más de cien tumbas monumentales excavadas en la roca, con fachadas esculpidas en piedra arenisca, combinan elementos arquitectónicos helenísticos y motivos locales, reflejo de un arte híbrido que unía Oriente y Occidente. Los conjuntos de Qaṣr al-Farīd, Qasr al-Bint o Jabal al-Aḥmar constituyen algunos de los mejores ejemplos de esta arquitectura funeraria, donde los relieves y frontones transmiten la riqueza y jerarquía de las familias nabateas.
Aunque durante siglos se la consideró una ciudad de muertos, las excavaciones recientes han demostrado que Hegra fue también un centro urbano vivo, con templos, viviendas, talleres y áreas de mercado, rodeado de diques y canales que aprovechaban el agua de los wadis próximos.
El campamento romano
A principios del siglo XXI, las investigaciones dirigidas por Zbigniew Fiema y François Villeneuve revelaron, en el sector nororiental de la antigua ciudad, un campamento militar romano (Área 34), único en su tipo dentro del actual territorio saudí. Construido con piedra local y de planta rectangular, estuvo activo entre los siglos II y III d.C., en el contexto de la provincia romana de Arabia Petraea.
Las excavaciones documentaron rampas defensivas, muros de contención, monedas, cerámicas e inscripciones latinas, algunas alusivas a oficiales del ejército romano. Todo ello confirma la presencia estable de una guarnición, probablemente una vexillatio destacada desde Siria o Egipto, encargada de proteger las caravanas comerciales y supervisar los tributos que pasaban por el oasis.
Este enclave, situado en el límite suroriental de la provincia, representa el punto más meridional del Imperio romano en tierra firme. Su papel fue estratégico: asegurar el tránsito hacia los puertos del Mar Rojo y mantener el control político y fiscal en el corazón de Arabia.
Qué ver en Hegra
El recorrido por Hegra se articula entre las necrópolis excavadas en la roca y los espacios que formaron el núcleo vital de la antigua ciudad.
El conjunto más emblemático es Qaṣr al-Farīd, “el castillo solitario”, una tumba monumental tallada en un bloque aislado que domina el paisaje. Su fachada inacabada, con los últimos trazos del cincel aún visibles, ofrece una imagen impactante del trabajo interrumpido de los canteros nabateos. En torno a ella se extienden otras agrupaciones funerarias, como Qasr al-Bint, Jabal al-Aḥmar o Jabal al-Khuraymat, donde decenas de sepulcros se abren en las paredes del desierto con una regularidad geométrica que recuerda a las necrópolis de Petra.
En el extremo oriental, el Jabal Ithlib conserva un conjunto de cámaras excavadas y pasadizos naturales que servían como santuario rupestre. Entre los relieves y las inscripciones nabateas se reconocen escenas votivas y símbolos que remiten al culto local.
El visitante puede recorrer también el antiguo sector urbano, donde se conservan trazas de viviendas, almacenes y espacios de mercado. Muy cerca se localiza el recinto romano del Área 34, identificado como campamento militar. Allí se distinguen las alineaciones de muros, plataformas de vigilancia y restos de materiales romanos —monedas, cerámicas, fragmentos metálicos— que confirman la presencia estable de tropas imperiales entre los siglos II y III d.C.
El recorrido se completa en el Museo y Centro de Visitantes de AlUla, que ofrece una visión general de la historia del oasis, desde los reinos de Dadan y Lihyān hasta la integración de la región en la provincia romana de Arabia Petraea. Sus paneles y maquetas ayudan a comprender cómo este lugar, situado en pleno desierto, se convirtió en un enclave esencial en la red comercial del Imperio.
Las visitas deben reservarse con antelación a través de la Royal Commission for AlUla (RCU). La mejor época para viajar es de octubre a marzo, con temperaturas suaves.

AYNUNA (LA LEUKE KOME ROMANA)
El puerto del incienso
A unos 260 kilómetros al noroeste de AlUla, en el extremo septentrional del litoral saudí del Mar Rojo, se extiende el oasis y la bahía de Aynuna (عينونة). En este paisaje de aguas poco profundas, montes áridos y wadis que descienden del interior, los arqueólogos sitúan la antigua Leuke Kome, el legendario “pueblo blanco” citado por Estrabón y el Periplo del mar Eritreo.
Durante los siglos I a.C. y I d.C., Leuke Kome fue el principal puerto nabateo del Mar Rojo, puerta marítima hacia Petra y escala de las caravanas del incienso procedentes del sur de Arabia y del Cuerno de África. Con la anexión del reino nabateo por Trajano (106 d.C.), el enclave pasó a depender directamente de Roma, que instaló allí una aduana imperial bajo control militar. El Periplo menciona expresamente la presencia de un centurión romano encargado de vigilar el puerto y recaudar los impuestos de los mercaderes que llegaban desde Egipto y la India.
Las excavaciones recientes, dirigidas por una misión saudí-polaca, han identificado en Aynuna los restos de un asentamiento costero fortificado, con muros, almacenes, hornos y áreas habitacionales. Entre los hallazgos se cuentan fragmentos cerámicos fechados entre los siglos I a.C. y II d.C., partes de ánforas, recipientes de almacenamiento y restos de objetos metálicos vinculados al tráfico marítimo. El conjunto confirma la función del lugar como emporio comercial y estación fiscal, y sugiere la existencia de un recinto amurallado que protegía el enclave frente a incursiones costeras.
La ubicación de Aynuna, en el extremo del golfo de Aqaba, no era casual: dominaba la salida hacia Egipto y servía de punto de enlace con las rutas que cruzaban el desierto en dirección a Petra. Desde aquí partían los cargamentos de incienso, mirra y especias que alimentaron durante siglos el comercio entre Oriente y el Mediterráneo.
Qué ver en Aynuna
El yacimiento arqueológico de Aynuna continúa en proceso de excavación, pero su entorno natural permite comprender con claridad su importancia estratégica. A lo largo de la carretera que une Tabuk con la costa, se distinguen los muros de piedra y los cimientos de antiguas estructuras, probablemente almacenes o talleres. El viajero puede apreciar la disposición del antiguo puerto y la planicie donde se asentaban las instalaciones comerciales y defensivas.
Desde el cercano wadi, la vista abarca todo el valle y el litoral, un escenario que en la Antigüedad concentraba caravanas, barcos mercantes y guarniciones romanas.

LAS ISLAS FARASÁN (PORTUS FERRESANUS)
El puesto romano más meridional del Mar Rojo
Frente a las costas de Jizán (جيزان), en el suroeste de Arabia Saudí, el archipiélago de Farasán (فرسان) se extiende sobre el azul del Mar Rojo con más de un centenar de islas coralinas. En la Antigüedad, este entorno natural —hoy reserva protegida— formaba parte de las rutas marítimas que enlazaban Egipto, Arabia y África oriental. Su posición estratégica convirtió las islas en un punto de control esencial para el tráfico comercial que unía el Mediterráneo con el océano Índico.
Durante el siglo II d.C., Roma estableció en Farasán un puesto militar permanente, conocido como Portus Ferresanus, el más meridional documentado en todo el Imperio. Su función era doble: proteger la navegación frente a la piratería y supervisar los tributos del comercio que atravesaba el Mar Rojo.
En 2003 se descubrieron en la isla principal de Farasán al-Kubrá dos inscripciones latinas reutilizadas en edificaciones locales. Una de ellas, datada en el año 144 d.C., menciona a una vexillatio de la Legio II Traiana Fortis destacada desde Egipto; la otra, algo anterior, alude a la Legio VI Ferrata, procedente de Siria bajo el reinado de Adriano (139 d.C.). Estos textos son la evidencia más meridional conocida de la presencia romana, y confirman que el archipiélago dependió administrativamente de Arabia Petraea o de Aegyptus, según el momento. Desde allí, las legiones controlaban el corredor marítimo, garantizando la seguridad de los cargamentos de incienso, especias y marfil que se dirigían hacia los puertos de Egipto y, desde allí, al Mediterráneo.
Las investigaciones de la Misión Arqueológica Franco-Saudí de las Islas Farasán (MiFa), dirigidas por Solène Marion de Procé, han sacado a la luz los restos de este dispositivo militar: fortificaciones, áreas de hábitat, talleres y espacios de culto. Su estudio demuestra que el archipiélago fue durante décadas una base naval y comercial romana, en contacto continuo con los puertos de Berenice, Myos Hormos y Leuke Kome.
Los yacimientos arqueológicos
En la actual isla principal, Farasán al-Kubrá, los restos se concentran en tres zonas principales.
Al-Qusar (القُصَار), el actual pueblo costero, se levanta sobre los restos del antiguo campamento romano. Las excavaciones arqueológicas documentaron muros de piedra coralina, trazados urbanos regulares y materiales romanos —cerámica fina, fragmentos metálicos y partes de armaduras tipo lorica squamata—. Las dos inscripciones latinas se hallaron aquí, integradas en construcciones posteriores. Aunque el lugar no cuenta con una musealización formal, sus huellas son visibles en la arquitectura tradicional y en algunos tramos de muros antiguos próximos al asentamiento.
En el cercano Wādī Maṭar (وادي مطر), las prospecciones identificaron un santuario del siglo II d.C., construido sobre un templo anterior, además de zonas de hábitat y talleres metalúrgicos. Los materiales encontrados —cerámica romana y nabatea, monedas himyaritas y objetos votivos— reflejan la coexistencia cultural en el sur del Mar Rojo durante el dominio romano.
Al norte de la isla, en Ghurrayn (الغرّين), se alzan estructuras de gran tamaño, posiblemente administrativas. La monumentalidad de sus bloques y la posición dominante sobre una bahía natural sugieren que aquí se encontraba un pequeño centro de control o almacén de tránsito marítimo.
Qué ver y cómo visitarlo
El archipiélago es accesible desde Jizán mediante ferry gratuito, con una travesía de una hora y media hasta Farasán al-Kubrá. El visitante puede recorrer el pueblo de Al-Qusar, cuyas casas de piedra coralina conservan sillares y fustes antiguos reutilizados, testimonio tangible del pasado romano. En los alrededores del asentamiento se aprecian restos visibles de muros y plataformas que formaban parte del campamento militar.
Los sitios de Wādī Maṭar y Ghurrayn no están señalizados ni abiertos de forma sistemática al público, aunque son accesibles con guías locales y autorización previa. Su entorno natural —manglares, dolinas y llanuras costeras— ayuda a comprender el contexto en el que se desarrolló la presencia romana.
El conjunto forma parte de la Reserva Natural de las Islas Farasán, por lo que la visita debe realizarse con respeto al entorno y a las estructuras arqueológicas. No se deben manipular ni tocar los restos, ni sustraer fragmentos.

El Imperio romano nunca conquistó el corazón de Arabia, pero su sombra alcanzó sus desiertos. Desde los muros del campamento de Hegra hasta las inscripciones latinas de Farasán, los vestigios en suelo saudí narran una historia de comercio, poder y diplomacia, más que de guerra. Roma no buscó dominar Arabia, sino asegurar los caminos del incienso, los puertos del Mar Rojo y el flujo de riqueza que unía Oriente y Occidente.
Recorrer AlUla, Aynuna y Farasán permite descubrir los confines orientales del Imperio, donde las legiones romanas miraron hacia el desierto y el océano, en el límite mismo del mundo conocido.

 
                                         
                                 
                                 
                                 
                                