Las 10 grandes termas romanas que aún puedes visitar

Origen de las termas romanas
El hábito del baño público no nació en Roma. En el mundo griego existían los balaneia, pequeños establecimientos donde el baño cumplía funciones de higiene y purificación. Roma adoptó esa costumbre y la elevó a escala urbana, convirtiéndola en institución social. Los primeros balnea públicos aparecen en la Roma republicana, hacia el siglo II a. C., aún modestos y de carácter casi doméstico. El salto cualitativo llegó en el siglo I a. C., con el auge de los acueductos y el perfeccionamiento del sistema de calefacción, que transformaron el baño en un espectáculo arquitectónico.
Durante el Alto Imperio, los emperadores rivalizaron entre sí construyendo termas cada vez más colosales: las de Agripa, Nerón, Trajano, Caracalla o Diocleciano fueron monumentos de mármol, luz y vapor, símbolo tangible de la magnificencia de Roma.
La pasión romana por el baño alcanzó proporciones extraordinarias. Los catálogos regionarios del siglo IV d.C. citan la existencia de más de 850 termas públicas en Roma, sin contar los innumerables balnea privados distribuidos por la ciudad. Aunque no existen cifras precisas para el conjunto del Imperio, se sabe que toda urbe romana, desde Britania hasta Egipto, contaba al menos con un baño público: una necesidad tan esencial como el foro o el templo.

El arte del baño: el recorrido del agua y del cuerpo
Entrar en unas termas romanas era participar de un rito. Nada en su diseño era casual. Desde la orientación del edificio hasta la temperatura del aire, todo seguía un orden pensado para el placer y la salud. El visitante comenzaba su recorrido en el apodyterium, el vestuario, donde dejaba su ropa en hornacinas o estantes custodiados por esclavos llamados capsarii. Desde allí pasaba a la palestra, un amplio patio porticado donde se ejercitaba: lucha, carrera, lanzamiento de disco o simple gimnasia. El cuerpo debía entrar en calor antes de enfrentarse al agua.
Tras el ejercicio, comenzaba el verdadero circuito termal. El tepidarium ofrecía una temperatura suave y acogedora, mantenida por el aire caliente que circulaba bajo el suelo. Allí, el visitante se aclimataba lentamente, mientras el vapor llenaba la estancia y los mármoles devolvían la luz del fuego. Desde allí se accedía al caldarium, el corazón ardiente del conjunto. Bajo su bóveda se acumulaba un vapor denso y húmedo que hacía sudar la piel. Las piscinas de agua caliente, los bancos de piedra y las corrientes de aire controladas por pequeñas ventanas regulaban la intensidad del calor. Al salir, un salto en el frigidarium, con agua fría y aire fresco, cerraba el ciclo. La alternancia térmica tonificaba el cuerpo, limpiaba los poros y producía una sensación de equilibrio físico y mental. En los grandes complejos imperiales, el recorrido podía terminar en una natatio, una piscina al aire libre rodeada de columnas, donde el baño se transformaba en ceremonia pública.

La ingeniería del bienestar
El funcionamiento de las termas era una lección de ingeniería aplicada. El agua procedía de los acueductos urbanos y se almacenaba en cisternas situadas junto al edificio. Desde allí se distribuía a los diferentes sectores mediante una compleja red de tuberías de plomo o cerámica, controladas por válvulas y depósitos de regulación.
El calor lo generaban los praefurnia, hornos de ladrillo alimentados con grandes cantidades de leña, situados en la parte posterior del edificio. Su fuego calentaba el aire, que circulaba bajo los pavimentos elevados por pilares de ladrillo —el sistema conocido como hipocausto— y ascendía después por tubos cerámicos empotrados en los muros. Así se mantenía la temperatura en el tepidarium y el caldarium, y el vapor se regulaba mediante rejillas y aberturas superiores.
Los arquitectos cuidaban incluso la orientación solar: las salas calientes se situaban al sur o suroeste para aprovechar la radiación del sol, mientras las frías quedaban al norte. Los gruesos muros y las bóvedas de cañón garantizaban la inercia térmica. En las termas más complejas, el agua caliente sobrante del caldarium podía canalizarse hacia el tepidarium, aprovechando el calor residual en una suerte de circuito cerrado.
El mantenimiento requería una logística diaria. Cientos de esclavos o trabajadores se encargaban de alimentar los hornos, limpiar las piscinas, controlar el nivel del agua y mantener el flujo continuo de combustible. En los complejos más grandes, como los de Caracalla o Diocleciano, las galerías subterráneas formaban auténticos laberintos de servicio.

Esa sofisticación técnica no fue un logro aislado, sino una realidad multiplicada por todo el Imperio. Desde Britania hasta el norte de África, cada ciudad romana reprodujo, con mayor o menor esplendor, el mismo modelo de baño público. Muchas de aquellas termas han desaparecido bajo siglos de abandono y construcciones posteriores, pero algunas han sobrevivido con una integridad asombrosa. Recorrerlas hoy es contemplar la ingeniería en acción, descubrir los mismos mármoles y mosaicos que tocaron los romanos y caminar bajo las mismas bóvedas donde el vapor ascendía hace dos mil años. Estas son las diez termas que mejor permiten esa experiencia.
LAS 10 TERMAS ROMANAS MEJOR CONSERVADAS
1. TERMAS DE CARACALLA (Roma, Italia)
Construidas entre los años 212 y 235 d.C. durante los reinados de Caracalla y Alejandro Severo, las Thermae Antoninianae representaron la apoteosis del baño público en Roma. El complejo cubría unas 11 hectáreas y podía acoger a más de 1.500 personas a la vez.
Su disposición seguía un eje central simétrico: una enorme natatio al norte, el frigidarium monumental con tres grandes piscinas cubiertas, el tepidarium intermedio y el caldarium, un vasto salón circular con siete exedras. Los techos de bóveda de cañón alcanzaban los 30 metros de altura, revestidos de mármol y estuco. Bajo el pavimento se extendía un entramado de galerías, hornos y conducciones del hipocausto, que hoy pueden recorrerse en parte.
Los mosaicos de atletas, hallados en una de las salas del gimnasio y conservados en los Museos Vaticanos, ilustran el vínculo entre ejercicio y baño. Al pasear por sus ruinas —las mejor conservadas de Roma junto con las de Diocleciano—, uno comprende la escala del poder imperial convertido en arquitectura. En verano, el recinto cobra nueva vida con representaciones de ópera y espectáculos bajo las estrellas, un eco contemporáneo de su antiguo esplendor.

2. TERMAS DE DIOCLECIANO (Roma, Italia)
Las Thermae Diocletiani, inauguradas en el año 306 d.C., fueron el complejo termal más grandioso del mundo romano. Ocupaban unas 13 hectáreas y podían acoger hasta 3.000 bañistas simultáneos. Erigidas en solo ocho años, gracias al esfuerzo de miles de obreros y esclavos, simbolizaban el poder restaurado del Imperio tras la crisis del siglo III.
Su planta combinaba funcionalidad e innovación: dos gimnasios, grandes exedras semicirculares y un eje central de salas térmicas culminado por una natatio al aire libre. Los restos del frigidarium —tres naves abovedadas— fueron reutilizados por Miguel Ángel en el siglo XVI para crear la Basílica de Santa Maria degli Angeli e dei Martiri, ejemplo extraordinario de continuidad arquitectónica.
Parte del complejo forma hoy el Museo Nacional Romano, donde pueden admirarse inscripciones, esculturas y fragmentos decorativos hallados en las excavaciones. Al caminar por el claustro grande, diseñado por Miguel Ángel, el visitante pisa literalmente las antiguas salas termales. La actual Piazza della Repubblica conserva incluso el trazado de la exedra norte del edificio original.

3. TERMAS CENTRALES DE HERCULANEUM (Herculaneum, Italia)
En el corazón de la ciudad sepultada por el Vesubio en el año 79 d.C., las Termas Centrales de Herculaneum son un prodigio de conservación. Datadas en el siglo I d.C., se sitúan junto al decumanus maximus y se dividen en secciones masculina y femenina, cada una con su propio circuito termal.
El acceso principal conduce al apodyterium, donde aún pueden verse los bancos de piedra y las hornacinas para depositar las ropas. El recorrido continúa hacia el tepidarium, decorado con mosaicos en blanco y negro, y culmina en el caldarium, cuya bóveda conserva los orificios de ventilación del hipocausto. El pavimento original de mármol y las pilas de agua fría permanecen intactos.
Las termas femeninas, más pequeñas, repiten el mismo esquema con detalles refinados. Este conjunto ofrece una visión íntima de la vida cotidiana en una ciudad costera romana, donde higiene, sociabilidad y arquitectura se fundían en perfecta armonía.

4. TERMAS DE BATH (Bath, Inglaterra)
En el suroeste de Britania, la ciudad de Aquae Sulis floreció en torno a un manantial natural de aguas termales que brota a 46 °C. Los romanos construyeron aquí un santuario y un complejo termal único, dedicado a Sulis Minerva, una deidad local fusionada con la diosa romana de la sabiduría y la curación.
El conjunto, fechado en el siglo I d.C., se articulaba alrededor del gran baño sagrado, una piscina de piedra revestida de plomo y alimentada directamente por el manantial. A su alrededor se encontraban el caldarium, tepidarium y frigidarium, junto a un templo y dependencias religiosas.
Hoy, el museo de Bath permite recorrer el circuito original, donde aún ascienden las burbujas del agua caliente. En las galerías se exponen tablillas votivas de plomo —las llamadas defixiones— en las que los peregrinos pedían a la diosa justicia o sanación. Aunque la terraza superior es de época victoriana, la esencia del lugar sigue siendo romana. El moderno Thermae Bath Spa, a pocos metros, continúa la tradición de bañarse en las aguas que los romanos consagraron hace dos milenios.

5. TERMAS DE LEPTIS MAGNA (Al-Khums, Libia)
En la costa libia, frente al Mediterráneo, se alzan las majestuosas Termas Hadriánicas de Leptis Magna, uno de los conjuntos más impresionantes del norte de África. Construidas hacia el año 127 d.C. bajo el emperador Adriano y ampliadas en época de Septimio Severo, hijo de esta ciudad, simbolizan la prosperidad de una metrópoli que competía en esplendor con las grandes urbes de Italia.
Su planta es simétrica, con un eje monumental que une el frigidarium, el tepidarium y el caldarium, flanqueado por salas menores y gimnasios. El frigidarium, cubierto originalmente por tres cúpulas de ladrillo, conserva las basas de sus columnas de mármol cipolino y pavimentos de mosaico. El caldarium, de planta semicircular, estaba orientado hacia el mar para aprovechar la luz y las vistas.
Las termas incluían amplias letrinas comunales —entre las mejor conservadas del Imperio— y dependencias técnicas visibles aún hoy. El visitante puede recorrer la natatio, caminar entre los muros de piedra coralina y admirar la escala colosal de una ciudad que, como su emperador, llevó el lujo y la ingeniería romanos hasta el desierto africano.

6. TERMAS DEL FORO (Ostia, Italia)
Ostia, el puerto de Roma en la desembocadura del Tíber, fue un hervidero de actividad comercial y humana. En su centro urbano, junto al foro, se levantaron las Thermae del Foro, también conocidas como Termas de Neptuno, edificadas a mediados del siglo II d.C. y ampliadas durante el reinado de Septimio Severo.
El conjunto ocupa una manzana entera, con planta rectangular organizada en torno a dos ejes perpendiculares. El circuito térmico se compone de un frigidarium con tres piscinas, un tepidarium de transición y un caldarium orientado al suroeste, para aprovechar el sol de la tarde. El sistema de hipocausto es perfectamente visible bajo los pavimentos de las salas calientes, sostenidos sobre pilares de ladrillo.
Su elemento más célebre son los mosaicos en blanco y negro del frigidarium, que representan a Neptuno, delfines, tritones y criaturas marinas. En las paredes se conservan restos de mármoles y hornacinas decorativas. La amplia palestra, situada al este, se abría al aire libre y servía para el ejercicio físico y los juegos atléticos.
Recorrer hoy las Termas del Foro permite comprender el pulso cotidiano de Ostia: el bullicio de los comerciantes, los marineros y los trabajadores del puerto, que encontraban en estos baños un espacio de descanso y sociabilidad tras la jornada en los muelles.

7. TERMAS STABIANAS (Pompeya, Italia)
Las Termas Stabianas, situadas en el cruce del cardo y el decumanus de Pompeya, son las más antiguas conocidas de la ciudad y una de las joyas mejor conservadas del urbanismo romano. Su origen se remonta al siglo IV a.C., cuando aún se utilizaban técnicas de construcción osco-samnitas, aunque fueron completamente remodeladas en época romana.
El complejo combina la tradición helenística de la palestra —un gran patio porticado donde los jóvenes se ejercitaban— con el sistema termal romano de calefacción. En el apodyterium masculino todavía se aprecian los bancos de piedra y las hornacinas donde los bañistas depositaban sus ropas. El tepidarium, abovedado y decorado con estucos, conecta con el caldarium, cuyo suelo se alza sobre pilas de ladrillo del hipocausto original. En la parte posterior se conservan las bocas de los hornos y las conducciones del agua caliente.
El conjunto femenino, más pequeño pero de igual refinamiento, incluye su propio frigidarium circular. Las paredes lucen aún los revestimientos de estuco pintado, y las bóvedas conservan el ingenioso sistema de orificios que regulaban la temperatura.
Visitar las Termas Stabianas es viajar en el tiempo hasta un día cualquiera del año 79 d.C. Todo se detuvo de golpe con la erupción del Vesubio, y su estado de conservación ofrece una visión única de cómo era el baño público en una ciudad romana próspera y bulliciosa.

8. TERMAS IMPERIALES DE TREVERIS (Treveris, Alemania)
En el extremo occidental del Imperio, la antigua Augusta Treverorum, capital de la Galia Bélgica y residencia de emperadores en el siglo IV, levantó unas termas de escala imperial. Las Kaiserthermen o Termas Imperiales, iniciadas hacia 310 d.C. bajo Constantino, se cuentan entre las ruinas romanas más monumentales del norte de Europa.
El edificio, aunque inacabado en su fase final, revela un diseño ambicioso: un eje central de más de 200 metros de largo con amplios frigidaria y caldaria abovedados, flanqueados por salas menores y patios. Lo más fascinante para el visitante son las subestructuras, una red de corredores, hornos y canales del hipocausto que permiten recorrer las entrañas técnicas del edificio.
El caldarium, de planta semicircular, se abría mediante ventanales al sur, mientras que las salas frías y templadas se distribuían hacia el norte. Restos de mármoles policromos y conducciones hidráulicas muestran el nivel de lujo que alcanzó esta urbe, declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO.

9. TERMAS DE ANTONINO (Cartago, Túnez)
Cuando Cartago resurgió bajo dominio romano, se convirtió en una de las metrópolis más espléndidas del Imperio en África. Su sistema de termas públicas fue excepcional, y las más grandiosas de todas fueron las Termas de Antonino, construidas en tiempos de Adriano y finalizadas bajo Antonino Pío, hacia 145 d.C.
Situadas junto al mar, en una terraza con vistas al Mediterráneo, formaban un conjunto simétrico de unos 200 metros de longitud. Las ruinas conservadas corresponden sobre todo al nivel inferior, donde se aprecian los cimientos del caldarium, los corredores de servicio y los pilares del frigidarium, de casi 30 metros de altura.
Las columnas colosales que hoy yacen derrumbadas permiten imaginar la escala del edificio, cuyas bóvedas rivalizaban con las de las termas imperiales de Roma. Parte del sistema de suministro de agua procedía del acueducto de Zaghouan, uno de los más largos del Imperio, que traía el caudal desde manantiales situados a más de 130 kilómetros.
El recorrido actual del Parque Arqueológico de Cartago, declarado Patrimonio de la Humanidad, permite pasear entre los restos del frigidarium y asomarse al mar desde el mismo lugar donde los ciudadanos de Cartago disfrutaban del baño y de las vistas, en un escenario de piedra y agua que aún conserva su grandeza.

10. TERMAS SUBURBANAS DE HERCULANEUM (Ercolano, Italia)
A las afueras de Herculaneum, muy cerca del antiguo puerto, se encuentran las Termas Suburbanas, uno de los conjuntos más íntimos y mejor conservados de todo el mundo romano. Enterradas bajo una gruesa capa de lodo durante la erupción del año 79 d.C., sus estructuras quedaron selladas y protegidas durante casi diecisiete siglos.
Su estado de conservación es extraordinario: las bóvedas del caldarium mantienen los estucos y molduras originales; las paredes lucen aún los revestimientos de mármol y los bancos de piedra; incluso se han preservado las estanterías de madera carbonizada del apodyterium. El sistema de calefacción por hipocausto se conserva íntegro, con hornos, conductos y piscinas calientes revestidas de opus signinum.
La luz natural entra por pequeñas ventanas circulares, creando un ambiente de recogimiento y silencio que transporta al visitante a otro tiempo. El conjunto incluye también un tepidarium ricamente ornamentado y un frigidarium con bóveda decorada, que conserva parte del estuco pintado de azul celeste.
Reabiertas parcialmente al público en 2025, las Termas Suburbanas de Herculaneum ofrecen una experiencia única: ver cómo el lujo y la técnica se funden en un espacio doméstico, preservado como si el último bañista acabara de marcharse.
