La Esfinge de Guiza, el Guardián eterno de las Pirámides

En la meseta de Guiza, en la ribera occidental del Nilo, se alza la Gran Esfinge, uno de los monumentos más icónicos del Antiguo Egipto. Tallada directamente en la roca caliza de la meseta, esta colosal figura con cuerpo de león y cabeza humana mira inexorablemente hacia el este, esperando cada amanecer. Con 73 metros de longitud y 20 metros de altura, no sólo es la mayor escultura monumental de la Antigüedad, sino que además es un símbolo del poder real de los faraones, ligado al culto solar y a la necrópolis de las pirámides.
HISTORIA DE LA ESFINGE DE GUIZA
La mayoría de los egiptólogos coinciden en situar su construcción en el reinado del faraón Kefrén (dinastía IV, c. 2550–2490 a. C.). La evidencia más contundente radica en que los bloques de piedra caliza extraídos del hueco que rodea a la Esfinge fueron reaprovechados en el Templo del Valle de Kefrén y en el templo adyacente a la propia estatua, integrando así todo el complejo funerario.
Más de un milenio después, durante el Reino Nuevo, la Esfinge seguía siendo objeto de veneración y restauraciones. Se consagró como centro de culto al dios solar Hor-em-Ajet (“Horus en el horizonte”). El faraón Tutmosis IV ordenó liberarla de las arenas que la cubrían y erigió entre sus garras la célebre «Estela del Sueño» (c. 1400 a.C.), donde relató cómo, siendo príncipe, la Esfinge se le apareció en sueños prometiéndole el trono a cambio de ser desenterrada.
La veneración continuó en época grecorromana. Se construyó una gran escalinata procesional que conducía al santuario entre sus patas, y quedaron inscripciones de peregrinos, en griego y latín, en el recinto. Incluso se registra una restauración de los muros del foso en el año 166 d.C., patrocinada por Roma.
Durante la Edad Media, la Esfinge de Guiza fue conocida en árabe como Abu al-Hawl, “Padre del Terror” o «Padre del Asombro». Autores como al-Idrisi (siglo XII) o al-Maqrizi (siglo XV) la mencionan en sus relatos. Éste último narra cómo los campesinos la veneraban, creyendo que traía fertilidad a la tierra, y cómo su nariz fue mutilada por un derviche llamado Muhammad Sa’im al-Dahr en 1378, quien consideró idolátrico dicho culto. El apelativo Abu al-Hawl sigue siendo el nombre más común de la Esfinge en el Egipto actual.
En la era moderna, las excavaciones arqueológicas de Giovanni Battista Caviglia (1817-1818) redescubrieron la Estela del Sueño y fragmentos de la barba y el uraeus (cobra real). Las excavaciones sistemáticas de Émile Baraize (1931-32) y los detallados estudios geológicos y arqueológicos del proyecto ARCE/AERA, dirigido por Mark Lehner (1979-1983), proporcionaron la documentación más completa sobre las fases de restauración del monumento.

LA ESFINGE EN SU CONTEXTO
La Gran Esfinge de Guiza no puede entenderse de forma aislada. Es una pieza fundamental del complejo funerario de Kefrén. Situada estratégicamente en el extremo oriental de la meseta, se alinea con la calzada procesional que unía el Templo del Valle con la pirámide del faraón. Su orientación hacia la salida del sol refuerza su papel como guardián del horizonte y manifestación terrenal de Ra-Horajti.
Ante sus patas se alzaba el Templo de la Esfinge, donde se celebraban ritos dedicados a Hor-em-Ajet. En conjunto, la Esfinge, su templo y la calzada formaban un programa simbólico destinado a proteger el acceso a la pirámide y legitimar la naturaleza divina del faraón dentro del ciclo solar.

QUÉ VER EN LA ESFINGE DE GUIZA
La contemplación de la Gran Esfinge de Guiza cambia según el ángulo desde el que se observe. Al situarse frente al Coloso, el visitante se encuentra con la solemnidad de su rostro orientado al este, hacia el sol naciente. Aunque erosionadas, todavía se distinguen las facciones idealizadas de un faraón, coronado con el tocado real nemes. Entre sus garras se alza la Estela del Sueño de Tutmosis IV, que recuerda la restauración realizada hace más de tres milenios. Desde esta posición se perciben también los bloques de caliza añadidos a lo largo de la historia para consolidar la escultura, visibles como revestimientos que protegen el núcleo original.

El perfil derecho, visible desde el mirador cercano al camino hacia la pirámide de Kefrén, revela con claridad la forma leonina del cuerpo y la singular desproporción entre la cabeza y el torso, resultado de la talla directa en un montículo natural de roca.. Este ángulo permite apreciar la estratificación natural de la caliza de la meseta, con capas de distinta dureza que explican la irregularidad de la erosión.
Desde el lateral izquierdo, en cambio, se reconocen los muros de contención que rodean el foso, reforzados en época romana, así como los restos de capillas erigidas en el Reino Nuevo para rendir culto a Hor-em-Ajet.

La visión posterior del monumento presenta una particularidad que ha suscitado numerosas interpretaciones. La cola de la Esfinge de Guiza, hoy desaparecida, se apoyaba en un contrafuerte de mampostería que se perdió por la erosión. Su ausencia ha dejado una oquedad que algunos identificaron como entrada a pasadizos ocultos, aunque los estudios arqueológicos modernos han demostrado que no existen cámaras subterráneas en su interior. No menos llamativa resulta la cavidad situada en lo alto de la cabeza, visible ya en las descripciones del siglo XIX. Su función sigue siendo incierta: se ha sugerido que pudo sostener un altar, un estandarte o que fuera fruto de intervenciones posteriores, quizás incluso de intentos de saqueo.

Más allá de su silueta, la Esfinge de Guiza conserva vestigios de su pasado colorido. Restos de pigmento atestiguan que estuvo completamente pintada: el rostro en rojo ocre, el cuerpo en tonos amarillos y el nemes con franjas azules y amarillas. Fragmentos de la barba postiza, añadida en el Reino Nuevo, se exhiben hoy en el Museo Británico de Londres y en el Museo Egipcio de El Cairo.

MISTERIOS, CAVIDADES Y ¿TESOROS OCULTOS?
El aura de misterio de la Esfinge de Guiza ha generado innumerables leyendas sobre tesoros y cámaras secretas. La Estela del Sueño ya la mostraba parcialmente enterrada, lo que pudo alimentar estas ideas. En la Edad Media, bajo el nombre de Abu al-Hawl, circulaban relatos sobre pasadizos subterráneos que conducían a riquezas.
Exploradores del siglo XIX como Caviglia y Vyse documentaron cavidades en la cabeza y espalda, sin hallar más que fragmentos. En el siglo XX, teorías esotéricas, como las de Edgar Cayce, popularizaron la idea de una «Sala de los Archivos» bajo la Esfinge que guardaría los secretos de la Atlántida. Estudios geofísicos posteriores detectaron anomalías, pero investigaciones dirigidas por Mark Lehner y Zahi Hawass confirmaron que se trataba de fracturas naturales en la roca.
Hoy, la arqueología sostiene que no existen cámaras o tesoros ocultos. Las cavidades visibles son producto de la erosión, alteraciones naturales o intervenciones antiguas. No obstante, las leyendas persisten, testimonio del poder magnético que este coloso ejerce desde hace más de cuatro milenios.

EL DEBATE DE LA SEGUNDA ESFINGE
La iconografía egipcia suele representar esfinges en pares, flanqueando avenidas (como en Karnak). Esto ha llevado a especular con la existencia de una segunda esfinge en Guiza. Sin embargo, no hay evidencia arqueológica que lo respalde: las prospecciones geofísicas no han detectado restos, y la roca en la zona opuesta no muestra señales de talla monumental. La hipótesis, aunque sugerente, carece de base científica y se fundamenta en el simbolismo de la dualidad y leyendas medievales.
DEBATES SOBRE SU CRONOLOGÍA
Aunque la egiptología mainstream vincula la Esfinge de Guiza a Kefrén, en las últimas décadas han surgido teorías alternativas. El geólogo Robert Schoch propuso que las marcas de erosión en el cuerpo no se deben al viento y la arena, sino a agua de lluvia, lo que situaría su talla en un periodo mucho más húmedo (c. 5000 a.C.). Esta hipótesis, popularizada por John Anthony West, ha sido ampliamente rechazada por la comunidad académica. Investigadores como Lehner y Hawass argumentan que la erosión se explica perfectamente por la diferente calidad de la caliza, la acción de la arena impulsada por el viento, la cristalización de sales y la escorrentía superficial, además de la abrumadora evidencia arquitectónica que la vincula al complejo de Kefrén.
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